La queja es un ejercicio cotidiano. Nos quejamos todo el tiempo: del clima, de la seguridad, de que el dinero ya no alcanza y sobre todo de nuestros semejantes. Este hábito mecánico no sólo no soluciona nada, sino que por el contrario enfoca nuestra atención en las cosas que NO queremos en lugar de las que SÍ queremos.
Hay estudios que afirman que en promedio nos quejamos unas veinte veces diarias y la mayoría de las veces por cosas triviales. Siempre parece haber una excusa para hablar mal de los demás y del mundo que nos rodea.
Ante este panorama recordé el ejercicio que había leído una mañana: 24 Horas sin
quejarse.
El ejercicio está sacado del libro Coaching personal de Pam Richardson.
Busqué por internet y encontré Un mundo sin quejas, una iniciativa
que propone aguantar 21 días sin quejarse para convertirlo en un hábito. Estuve
leyendo y me convencí de que los beneficios de este reto podían ser increíbles;
desde no generar un mal ambiente hasta controlar mis pensamientos negativos. Esto lo que quiere decir, es que si no vas a cambiar un problema enfrentándote a él, al quejarte con otras personas solo consigues que ese problema crezca.
En el 2006 el pastor Will Bowen propuso en uno de sus sermones
matutinos permanecer 21 días sin quejarse, sin hablar mal de nadie y sin
criticar. Esto incluye no quejarse siquiera de uno mismo, así sea “me duele la
cabeza” o “nada me está saliendo bien”. La cifra de 21 días obedece a que según
algunos psicólogos, es el tiempo que cuesta crear un
nuevo hábito en el cerebro.
Bowen, para hacer el ejercicio más serio, repartió a cada uno de
sus feligreses una pulsera morada y les indicó que cada vez que se
sorprendieran a sí mismos en una queja, una crítica o un chisme, se la
cambiaran de muñeca y volvieran a empezar.
Casi
todos los que empezaron la experiencia la acabaron, pero a la mayoría les costó una media de cinco
meses, un tiempo que evidencia la presencia de la cultura de la queja en
nuestras vidas.
►La
costumbre del lamento
El problema de estar siempre quejándonos es que acostumbramos al
cerebro a emitir mensajes negativos y a ver sólo el lado oscuro de las cosas.
Por el contrario, cuando somos optimistas –o “somos impecables con nuestras
palabras”, como propone Miguel Ruiz-. nuestra energía sube y tenemos ganas de
actuar en el mundo y de hacer felices a los demás.
No es fácil evitar la queja en un mundo donde nos hemos habituado a usarla como
punta de lanza en nuestra batalla contra los demás.“¿Cómo no quejarse de la
injusticia, de la violencia o el maltrato, o de los bajos sueldos?” , dice el sentido común.
En realidad, evitar la queja no significa dejar de actuar para
mejorar el mundo, abstenerse de peticionar ante las autoridades o dejar de reclamar
el cumplimiento de la ley. Quejarse no debe confundirse con la crítica
constructiva a través de la cual le hacemos saber a alguien que ha cometido un
error, y no significa soportar malas conductas o actitudes. Hace falta hacernos
conscientes de que, pese a todas las injusticias mundanas que podríamos hallar
para quejarnos de viva voz y con toda razón, la mayoría de las veces nos
quejamos de temas triviales y ante nuestros seres más cercanos.
La queja asoma de forma mecánica, se nos pega ante la cercanía
de quejosos consuetudinarios o la copiamos inconscientemente de la letanía de
quejas que bombardean los medios de comunicación.
La queja a evitar es esa rutina inútil e improductiva, la
palabra negra que lanzamos a diestra y siniestra incluso ante situaciones que
no tienen solución. Es un ejercicio de higiene de la palabra, que nos vuelve
más fuertes.
Una buena forma de suprimir el hábito de la queja es sustituirla
por palabras de gratitud. Siempre, aunque parezca exagerado, podemos hallar
motivos para estar agradecidos, que se desprenden de lo mismo que motiva
nuestro lamento. Por ejemplo, si estamos enfermos podemos quejarnos de dolores,
pero al mismo tiempo, podemos sentir gratitud por estar vivos. En cualquier
situación, por dramática que parezca, es posible hallar la contracara, el
espejo de la queja, que es algo para agradecer.
Para construir un mundo sin quejas, no hace falta necesariamente
una pulsera morada. Se puede utilizar una piedra en el bolsillo o cualquier
otro recordatorio sencillo. Lo importante es la observación y la vigilia para
ir modificando la tendencia al comentario negativo.
Y
si lo logras, Al cabo de 21 días sin quejas, sin críticas y sin chismes, habrás
hecho de tu vida un paraíso en la tierra, como dice Miguel Ruiz en sus “Cuatro
acuerdos”. Tendrás mejor ánimo, menos dolores, relaciones más favorables,
mayor autoestima. Serás una persona más feliz, más congruente y armoniosa.
Y tú... ¿Te animas a probarlo?
¿Puedes aguantar 24 horas in quejarte?, o mas aún; ¿Podrías alcanzar el reto de los 21 días?
¡Empieza ahora mismo retando a alguien!
0 comentarios:
Publicar un comentario